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¡Atención! ¡Atención!

¡Atención!

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Una madre lleva a su hijo al parque, lo sienta en un columpio y se pone a contestar mensajes en el móvil. Su pequeño la llama continuamente, reclama su atención con monerías de todo tipo. Es capaz de ponerse en peligro, conscientemente o no, si así consigue que lo mire. El niño sabe instintivamente que aunque pueda ver a su madre, si ella no le presta atención, no está allí con él. Somos seres atencionales. Estamos donde está nuestra atención. Esto no lo digo yo, lo dice el filósofo Javier Gomá. La atención tiene algo de sagrado, asegura. Si la miras con ojos de filósofo añado yo, si te pones las gafas de jefe de campaña electoral, entonces su atractivo mercantil es mucho más poderoso. Cuanta más atención acapare una campaña electoral entre potenciales votantes, más votos. Dudo de si el silogismo es tan sencillo. Dudo yo, no creo que ellos lo hagan. Ni que se cuestionen si es ético todo lo que hacen para conseguirla. Acabamos de pasar la tercera campaña electoral de este año, y no es la última, la próxima empieza el 24 de mayo. Y hemos vuelto a escuchar cómo sube el volumen de los mítines, cómo se potencia la emocionalidad de los discursos, cómo se desdibujan los límites entre la verdad y la mentira. Estamos tan acostumbrados, que cada vez nos cuesta más retirar la atención de lo que nos ocupa, pero acabamos haciéndolo; de momento.

A pesar de la absoluta falta de interés del ciudadano medio por lo que queda de las caravanas electorales, sigue habiendo un grito, una mentira o un insulto que consigue robarnos unos segundos de atención, aunque, repito, no creo que eso lleve aparejado un voto. Quiero pensar que no podemos seguir así ad infinitum, que en algún momento alguien entenderá que el rechazo que causan estas estrategias pesa más que el apego que generan, que no todo lo que llama nuestra atención lo hace positivamente. Abrazamos a nuestro hijo pequeño que se las ha arreglado con su ingenio para llevarnos a su vera, no al político que nos manipula para que lo atendamos porque quiere nuestro voto.